jueves, 5 de abril de 2007

OUARZAZATE - MARRAKECH, 200 kms



Salimos a la búsqueda de los estudios de cine que se encuentran en las afueras de la ciudad, sacamos algunas fotos y nos vamos decepcionados pues no son nada del otro mundo. Definitivamente el Atlas hay que atacarlo de buena mañana. Empezamos la escalada que son nada más y nada menos que 100 kilómetros de curvas y peligrosos revuelos hasta llegar a las nevadas cimas, donde, a pesar del dia cálido y soleado, se notaba un cierto airecillo. Sólo llevaba un pulover de manga corta y la chaqueta de motorista. A medio camino nos paramos a comer (en un restaurante integrista pues tenían todos una pinta que daban miedo) un kilo de carne de res a la brasa de carbón, buenísima, pero nos sablearon salvajemente al vernos extranjeros. Empezamos el descenso, otros 100 kilómetros de curvas y más curvas, trufados de diminutas aldeas llenas de vendedores de souvenirs que te asaltaban a la carrera, hechos de cuarzos, piritas y otras piedras semi-preciosas. Compro una después de regatear un buen rato. El descenso lo hacemos a muy buen ritmo pues le tenemos cogida la vuelta a la moto y la hacemos ir de un lado a otro con una agilidad muy notable. Enseguida llegamos a Marrakech, localizamos el hotel donde nos hospedamos 15 años antes gracias a un guia que nos lleva a través de las callejuelas y la marabunta del caótico tráfico rodado de l antigua capital imperial. Es una experiencia única y divertidísima ir sorteando carros, motocicletas, peatones, coches y guaguas que surgen por todas partes y se mueven en todas direcciones en un "todos contra todos". Paso rápidamente por delante de un carromato cuyo caballo se nos abalanzaba y Figui que iba tras de mí, ante la imagen de verse de nuevo en el suelo, le tuvo que mandar tremendo piñazo a la cara del caballo para que cambiara de dirección. Nos registramos en la última habitación libre del hotel y salimos a recorrer el zoco y la plaza de Jbel-el-Fnaa. Compro una bellísima artesanía en una tiendecita tras regatear un buen rato me la llevo con la duda de si hice un buen negocio o por el contrario me levantaron la camisa. El ambientazo es único e indescriptible, todo lleno de gente y motocicletas cruzando por el medio sin parar, con los retrovisores plegados para ocupar menos espacio y pasar más rápido, más justos y mejor. Contadores de cuentos ancestrales, pintadoras de manos con henna, encantadores de serpientes, puestos de naranjas y frutos secos, de filtros de amor, curanderos, hierbas medicinales y adivinadores... Cenamos en la plaza y damos una vuelta, mas antes de regresar tomamos un trago en un hotel cercano con Julio Iglesias de fondo musical.

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